Las que verás aquí son las historias de supervivencia que no sólo son extraordinarias, si no que además también son reales.
En uno de los cursos que hice, se mencionaba una de estas en uno de los temas de formación y en cómo nos puede salvar la vida saber ciertas cosas.
Índice de contenido (navegable)
Aron Ralston
Si has visto la película “127 horas”, sabrás de qué va la historia de Aron Ralston. Pero si no la ha visto, es un poco impactante.
En 2003, Ralston estaba practicando montañismo solo en Bluejohn Canyon, en el Parque Nacional Tierra de Cañones, situado al sureste de Utah (Estados Unidos).
Mientras descendía por uno de los remotos y extremadamente estrechos cañones, una roca se cayó y le atrapó el brazo derecho.
Durante cinco días, sobrevivió a base de aperitivos y agua embotellada, esperando a que alguien le encontrara. El problema no sólo era que se trataba de un lugar remoto, sino que no le había dicho a nadie a dónde iba.
Al darse cuenta de que nunca le encontrarían (y al quedarse sin suministros), se vio forzado amputarse el brazo cortando el hueso con una multi-herramienta que incluía uno de los mejores cuchillos.
Tras liberarse, empezó una caminata de 11 kilómetros hasta su camioneta. Sin embargo, durante la misma le descubrió una familia que avisó a las autoridades.
Perdió 18 kilos durante su calvario y, milagrosamente, se las arregló para evitar morir desangrado.
Hoy en día sigue practicando montañismo y también da charlas de motivación en las que cuenta su experiencia en una de las historias de supervivencia más impactantes de los últimos tiempos.
Sir Douglas Mawson
Douglas Mawson: ¿caníbal o héroe? Mawson fue un explorador y geólogo australiano que en 1912 exploraba el continente helado junto con un grupo de compañeros exploradores.
En diciembre de ese año, Mawson y otros dos miembros de su expedición salieron de la base principal situada en la Bahía de la Commonwealth.
Se embarcaron en una misión de casi 500 kilómetros hacia el interior del continente para recopilar datos científicos y especímenes.
Sin embargo, les esperaba la tragedia.
Uno de los hombres, un joven soldado británico llamado Belgrave Ninnis, se cayó por una grieta mientras iba en trineo, junto con varios de sus mejores perros y buena parte de los suministros del equipo.
Durante varias semanas, los otros dos lucharon por regresar al campamento, asolados por el escorbuto y otras enfermedades.
Para ello empezaron subsistiendo a base de los perros restantes, y luego con raciones de supervivencia.
Finalmente, el montañero y campeón de esquí suizo Xavier Mertz murió de agotamiento, inanición y posiblemente de intoxicación por comerse los hígados de los perros.
Determinado a volver con los datos de su investigación, Mawson luchó contra los elementos durante alrededor de 30 días.
Finalmente dio con el campamento base en febrero de 1913. Llegó demacrado, con congelaciones y agotado, sólo para descubrir que había perdido por unas horas el barco que llevaba al resto del personal.
Aunque se le considera un héroe por protagonizar una de las mayores historias de supervivencia (le hicieron caballero y su cara aparece en el billete de 100 dólares australianos), existen ciertas dudas sobre las medidas extremas que pudo haber tomado para mantenerse vivo.
En concreto, una biografía de Mawson publicada en 2013 sugiere que pudo haber reducido deliberadamente las raciones de supervivencia de Mertz hasta el punto de acelerar la muerte de su compañero.
Entonces, habría hervido y comido el cadáver de Mertz para sobrevivir. Sin embargo, los descendientes de Mawson niegan esta acusación.
Mauro Prosperi
Mauro Prosperi es un oficial de policía italiano que saltó a la fama en todo el mundo después de perderse en el Desierto del Sáhara en 1994.
Mauro era un ávido atleta y un corredor de larga distancia que participaba en el Maratón de las Arenas de Marruecos, una carrera de resistencia de seis días en uno de los entornos más secos y estériles del planeta.
Durante el transcurso de la carrera, una tormenta de arena hizo que Prosperi (que entonces tenía 39 años, estaba casado y tenía tres hijos) se desorientara y acabara perdiéndose.
Una día después, terminó en un santuario musulmán abandonado de Argelia. Para sobrevivir, mató y comió murciélagos.
Por otro lado, para hidratarse tuvo que beber su propia orina, lamer el rocío de las piedras y chupar el sudor de sus prendas.
Asumiendo que nunca le encontrarían, se cortó las venas de las muñecas con una navaja que llevaba consigo.
Sin embargo, el calor era tan seco que las heridas se cicatrizaron y se vio forzado a volver al desierto para intentar encontrar ayuda.
Estuvo caminando por el desierto durante nueve días, alimentándose de insectos y reptiles.
Finalmente, encontró un pequeño poblado.
Desde ahí le llevaron a un hospital, donde los médicos le dijeron que casi había sufrido un fallo hepático.
Tras viajar 290 kilómetros en total, Prosperi llegó a perder 16 kilos durante una de las historias de supervivencia en el desierto más destacables.
De hecho, tardó varios meses en poder volver a alimentarse de comida sólida. Sin embargo, siguió siendo un corredor entusiasta, e incluso volvió para terminar la carrera en 2012.
José Salvador Alvarenga
José Salvador Alvarenga es un pescador salvadoreño que se pasó 13 meses a la deriva en el mar.
Es el primer caso documentado de una persona que ha sobrevivido en un barco pequeño en el mar durante más de un año. De esta manera, es uno de los casos más extremos en cuanto a historias de supervivencia en el mar.
El 17 de noviembre de 2012, Alvarenga se embarcó en un viaje de pesca junto con un pescador más joven llamado Ezequiel Córdoba, con quien nunca antes había trabajado.
Tras embarcarse desde un pueblo pesquero situado en la costa del Pacífico del estado mexicano de Chiapas, situado al sur del país, planearon estar fuera durante unas 30 horas cazando tiburones, atunes y mahi-mahi.
Sin embargo, tras unas pocas horas de viaje, se encontraron con una tormenta que duró cinco días y que les desvió de su rumbo.
Alvarenga llamó a su jefe para pedirle ayuda usando la radio del barco, pero (como ocurrió con la mayoría de los aparatos electrónicos de la embarcación) estaba estropeada por culpa de la tormenta.
Y el motor del barco también estaba estropeado.
Se envió un equipo de búsqueda, pero después de dos días infructuosos, su jefe se rindió y asumió que se habían ahogado.
Solos y sin comida ni suministros, los dos pescadores sobrevivieron comiendo medusas, tortugas y pescado crudo.
Bebieron agua de lluvia y sangre de tortuga.
A medida que las semanas iban convirtiéndose en meses, Córdoba enfermó gravemente por haberse pasado tanto tiempo comiendo comida cruda, así que murió.
Sin embargo, Alvarenga resistió otros nueve meses solo en el mar, hasta que acabó divisando una pequeña isla.
Tras abandonar su barco y nadar hasta la orilla, casi de inmediato se encontró con una pareja local que avisó a las autoridades. Había llegado a las Islas Marshall.
Su viaje duró 438 días, en los que se estima que recorrió entre 8.800 y 10.800 kilómetros.
Ricky Megee
El 23 de enero de 2006, Ricky Megee estaba conduciendo por el outback australiano para dirigirse a su nuevo trabajo cuando recogió a un grupo de autoestopistas.
Lo siguiente que recuerda es despertarse en una tumba poco profunda en medio del outback, con dingos arañando el plástico que le envolvía.
Sin poder encontrar su coche y sin ninguna pista sobre su ubicación exacta, Megee se vio forzado a sobrevivir durante 71 días en este accidentado y peligroso terreno.
Construyó un refugio sencillo usando ramas y hojas. Según dice, sobrevivió a base de comer ranas, sanguijuelas, serpientes y beber su propia orina.
Por la noche, se encerraba en su refugio colocando piedras para evitar que los dingos intentasen comerle mientras dormía.
Finalmente, unos trabajadores de un remoto rancho ganadero se encontraron con Megee, que estaba esquelético tras haber perdido más de 45 kilos.
Le llevaron a un hospital local, donde le trataron la desnutrición y la deshidratación grave que sufría.
Lo que le ocurrió exactamente sigue siendo un misterio. Al principio, las autoridades expresaron cierto escepticismo sobre su historia.
En su opinión, es probable que los autoestopistas le drogasen. De todas formas, nunca se pudo encontrar su vehículo.
Ada Blackjack
Ada Blackjack era una nativa de Alaska que pertenecía al pueblo indígena Iñupiat.
Fue contratada por los canadienses Vilhjalmur Stefansson y Allan Crawford para una expedición a la Isla de Wrangel, que hoy en día está considerada como territorio ruso.
El objetivo era reclamarla en nombre de Canadá, y Blackjack era la costurera y cocinera de la expedición.
Cinco miembros de dicha expedición se quedaron en la isla el 16 de septiembre de 1921 para poder reclamar el territorio, pero pronto sus raciones empezaron a escasear.
Tres miembros se fueron en busca de ayuda mientras Blackjack se quedó cuidando de un enfermo que acabó muriendo, dejándola sola en la isla.
Blackjack sobrevivió allí durante dos años, lo cual no era una tarea sencilla considerando el riesgo de ataque por parte de los osos polares.
Aprendió a cazar focas y sobrevivió en parte gracias a su carne hasta que acabaron rescatándola el 28 de agosto de 1923.
Casi dos años después de que la dejaran en la isla.
Al parecer, Blackjack no fue recibida como una heroína.
En vez de eso, recibió críticas por no salvar la vida de su compañero de expedición, aunque la familia acabó defendiéndola publicando una declaración en la que afirmaban que Blackjack había hecho todo lo posible por salvarle la vida.
Pese a protagonizar una de las historias de supervivencia más famosas, vivió el resto de su vida en la pobreza hasta su muerte en 1983.
Juliane Koepcke
Juliane Koepcke tenía dos historias de supervivencia que contar al final de su calvario. En la Nochebuena de 1971, Koepcke tomó el vuelo 508 de la aerolínea peruana LANSA.
Sin embargo, el avión fue alcanzado por un rayo.
Debido a ello, empezó a desintegrarse en pleno vuelo, y Koepcke se encontraba atrapada en su asiento, tres kilómetros por encima de la selva peruana.
Acabó golpeada y magullada. Tenía una clavícula rota. Pero estaba viva. De hecho, fue la única superviviente del vuelo.
Pero se encontraba sola en la naturaleza. Su única comida fueron unos caramelos, pero acabó encontrando un pequeño riachuelo. Así que lo recorrió aguas abajo, al mismo tiempo que se mantenía hidratada.
Los insectos de la jungla casi se la comieron viva, y su brazo acabó infectado con gusanos. Sin embargo, después de nueve días fue capaz de encontrar un campamento.
Se realizó a sí misma unas curas rudimentarias, llegando a verter gasolina sobre la infección de gusanos.
Unas horas después la encontraron unos obreros madereros, quienes le proporcionaron unos primeros auxilios y la llevaron a una zona más habitada donde la evacuaron por aire a un hospital para terminar así una de las historias de supervivencia más impactantes.
Su historia acabó siendo contada en el documental del año 2000 “Wings of Hope” (“Alas de Esperanza”), dirigido por Werner Herzog, quien tenía reservado un asiento en el mismo vuelo antes de cancelarlo en el último minuto.
Expedición Endurance
Ernest Shackleton ya se había enfrentado una vez al polo sur, y estaba listo para volver a hacerlo en 1914 tras partir con un grupo de 28 hombres.
Esperaban cruzar el continente helado hasta llegar a un barco que les estaría esperando al otro lado.
En vez de eso, se quedaron irremediablemente atrapados en el hielo debido a que su barco, el Endurance, acabó hecho pedazos.
Finalmente, los suministros empezaron a menguar, y los hombres cogieron sus botes salvavidas para llegar a una isla tras 14 días de travesía por las bravas aguas de Océano Antártico.
A partir de ahí, debían iniciar otra expedición hacia la Isla Georgia del Sur, la isla habitada más cercana, a casi 1.600 kilómetros del punto de partida inicial.
A pesar de los múltiples contratiempos que sufrieron en una de las historias de supervivencia más famosas, los 28 hombres de la misión sobrevivieron, aunque algunos de los perros no fueron tan afortunados (y se los comieron cuando los suministros se estaban acabando).
Sin embargo, el buque que esperaba al otro lado de la Antártida, el Ross Sea Party, no fue tan afortunado: fallecieron tres de sus tripulantes.